Son muchos pueblos los que dicen haber encontrado, en su término, tesoros maravillosos. En Sella, la tradición y la leyenda, pero también la realidad, ha contado siempre que había mucho oro en forma de monedas y joyas ocultos en la historia de este pueblecito de montaña, del que poco se sabe solo que perteneció, durante muchos siglos, a los árabes. La leyenda del tesoro de Divino, sin embargo, va más allá porque es una historia real, con una memoria oral que reconoce hechos, casas, familias y curiosidades, aunque hace cerca de 250 años de su descubrimiento.
La leyenda
Como toda historia maravillosa que se adentra en la oscuridad de los siglos, el descubrimiento del tesoro ha sido trasladado oralmente con dos versiones principales, y también ha sido recogida como una cuento más de las que permanecen en las tierras alicantinas. La investigadora local Natividad Martínez Llorens, en su libro Sella, historia y costumbres (1987) ofrece las dos interpretaciones:
En la primera versión se dice que dos moros estaban en el hostal, en Alicante, a la vez que el llamado «agüelo Giner», que había ido a esta ciudad a vender cerezas. Los moros conversaron con él y le preguntaron si sabía leer. El contestó que no, aunque sí sabía. Entonces le pidieron que los alumbrara con el candil para poder leer ellos un documento que llevaban.
Así lo hicieron. Como el tal Giner sí sabía leer, se enteró de que el documento en cuestión trataba de la situación en que se encontraba un tesoro sepultado en las inmediaciones de la llamada cueva del Divino, y en el lugar donde el sol raya a las ocho de la mañana.
Enterados de que Giner tenía una vivienda en Sella, solicitaron que los acompañara y llevase hasta su casa que le pagarían bien. Tal y como habían convenido lo realizaron, llegando de noche a la casa en la finca, donde las invitó a cenar y a dormir, cosa que aceptaron de buen grado.
Fingió acostarse el dueño de la casa pero como vio y leyó en el plano tenía la certeza del lugar en que se encontraba el tesoro, salió con el mayor sigilo posible de la casa, llevóse la mula del corral y se dirigió al lugar donde supuso se encontraba. Hallado el tesoro, desenterró la arca que lo contenía y lo cargó sobre la mula, a la que dicen reventó del esfuerzo […].
La segunda versión es la siguiente:
El viejo Giner y el llamado «Roget de Clara» solían ir a vender frutas al mercado de Alicante. En uno de esos viajes y a la sazón cargados de cerezas, estando en el mercado se acercó al primero un moro, tal vez fugitivo y hambriento de los que iban a embarcar para Argelia, y le pidió que le dejara comer cerezas. […].
Saciada su hambre dio laso gracias a su bienhechor y le preguntó de dónde era. El Rojo o Roget le contestó que era de Sella. Entonces el moro exclamó:
– Ah Sella, Sella! En Sella hay mucho oro.
Luego, para mostrar su agradecimiento, sacó un documento y desdoblándolo le señaló en un plano el lugar aproximado en donde había un tesoro escondido, haciendo mención a un lugar en laso cercanías del Divino y donde el sol raya a laso ocho de la mañana.
El compañero, Giner, estaba con ellos […] enterándose de todo. Refieren los familiares del dicho Roget que tenían como costumbre regresar siempre juntos. En esta ocasión el pretexto de Giner fué una urgente necesidad y regresó solo a Sella. […] El avispado compañero fue al lugar en donde, según laso referencias del moro, podría encontrarse el tesoro.
Descubierta la arca, en la oscuridad de la noche, aprovechó para desenterrarla y transportar la tesoro a su casa, reventando la mula por exceso de carga.
El tesoro estaba en un arca de madera y estaba metida en un pedregal. Una de sus esquinas superiores sobresalía entre las piedras. Los pastores suponiendo fuera un tronco de enebro, hacían fuego sobre ella para marcar las ovejas, de modo que dicha arca se conservó con un ángulo quemado.
No es casualidad que el tesoro se encontrara en los alrededores de la cueva del Divino. De hecho, este sitio del barranco de l’Arc es una zona con cierta riqueza arqueológica (pinturas rupestres, alquerías islámicas) parte del que aún queda por descubrir. En 1930, el miembro de la sección de Antropología de la Prehistoria de la Academia de Cultura Valenciana renombrado J. Senent Ibáñez encontró unas monedas griegas fechadas del siglo V a.C. Este investigador hablaba por primera vez de la posibilidad de que la cueva del Divino se tratara de una cueva-santuario, posibilidad que también recogía el importante arqueólogo Enrique Llobregat en 1973.
Hasta aquí poco más se sabe. Puede ser se tratara de un tesoro de la Edad del Bronce o de época ibérica como tantos otros encontrados en tierras valencianas. Aún es necesario que hablen los arqueólogos. Del tesoro no queda ningún resto material, pero sí queda su rastro: tenemos que volver a las historias para conocer que fue del descubridor del tesoro y de sus descendientes.
De nuevo gracias al impagable trabajo de Natividad Martínez Llorens sabemos que el supuesto descubridor fue Josep Giner Giner [«Agüelo Giner»], nacido en la segunda mitad del siglo XVIII y muerto en 1833. Josep Giner era un labrador de Sella, que tenía la casa en la calle L’Olm, 35.
Entre los nietos de José Giner destaca Antonio Giner Cerdà, conocido cono el «señor Toni», nacido en 1823 y fallecido en 1873. Este personaje fue el señor de la vida social, política y económica del pueblo durante gran parte del siglo XIX. Tanto es así que levantó su casa, el actual edificio de la Unión Musical la Aurora, hasta superar la altura de la torre del palacio del Barón de Sella. Don Antonio Giner fue un cacique que compitió con el poderoso Joan Thous y fue protagonista de algunos de los hechos políticos más importantes en el siglo XIX alicantino.
Pero como todo personaje famoso, su vida sentimental y familiar fue fuente de rumores y también la causa final de la ruina de la familia. El señorToni se casó con una joven valenciana de gran belleza, Elvira Llobet (La señora Elvira) con la que tuvo cinco hijos. El matrimonio vivió con gran lujo y aún se rememora las entradas en la Plaza Mayor de la señora y los hijos con carruaje de caballos. El desastre vino, como suele pasar en estos casos, cuando murió el señor Toni. Entonces la fortuna del tesoro del Divino se disolvió en una generación, la misma que salió de repente en el panorama social y económico de un pueblo de montaña, con las particularidades y el desenlace de eso que hoy denominaríamos como nuevos ricos. Así nos cuenta Natividad Martínez Llorens:
Fallecido el señor Toni, debido a los malos administradores y letrados pocos escrupulosos, la tan gran fortuna fue mermando de modo vertiginoso. […] la esposa e hijas, en parte por miedo o por no entender nada de la administración de sus bienes, y en parte también por la vida de lujos y despilfarro que disfrutaron, las llevaron a la pura miseria. Daban grandes fiestas a los que acudían muchos invitados, atraídos por la gran belleza de la madre y de las hijas.
Fue un verdadero desastre económico. Todo lo vendieron: tierras, casas, coches, enseres, mosaicos…hasta los portales de sus viviendas que eran de mármol. Al decir de la propia señora Elvira, ni mantilla para ir a la iglesia les quedó.
Viendo el desastre al que estaba abocada esta familia, la hermana del señor Toni, María Giner, dejó para el hijo menor, «el senyoret Pepito», el dinero con el que le pudieran costear los estudios, y una finca en el barranco de l´Arc sujeta a ciertas cláusulas para que no la pudieran vender. Púes bien: el dinero para los estudios y algunos recortes en la finca (sin escritura, por supuesto) también fueron gastados para vivir mal.
Cuentan también que, cuando los tiempos eran difíciles encontraron enterrada en un bancal una ollita de barro antigua conteniendo plata sin pulir. La ollita, rota al desenterrarla, la vendieron en Valencia por ochocientas pesetas. Quienes la vieron afirman que era de barro oscuro y tenía dibujos.
El «senyoret Pepito», el más joven de estar familia, quedó en la finca hasta poco antes de morir. Trabajaba en la tierra, hacía carbón… Era, por su modo de vestir, un pobre labriego; por sus modales y cortesía, todo un caballero.